No hay dudas, llegó la primavera, los sentidos se nos llenan
de colores y aromas variados, e incluso sonidos renovados con los cantos de los
pajaritos. Con este espíritu flotando en el aire se nos aparece (una vez más) una
selección de libros- álbum que nos invita justo a eso, a florecer.
Libros que hablan sobre el arte, la filosofía, la libre
expresión, el juego y la alegría. Que nos hacen cosquillas en las fibras más
sensibles para recordarnos una de nuestras grandes capacidades (quizás la más
humana): ¡El poder de crear!
Y sí, la verdad es que estos títulos nos encantan, porque
además de la delicadeza que ya reconocemos en este género editorial, esta
selección en particular trae consigo una gran cuota de felicidad, y nos anima a
sacar lo mejor de nosotros y a gritar bien fuerte: ¡A expresarse se ha dicho!
La reina de los
colores, Jutta Bauer. Ed. Lóguez
Esta es la historia de una reina que tiene el poder de
ordenarle a los colores que jueguen con ella.
Y que además, se deja tomar por el carácter de cada uno, por
la suavidad del azul, la intensidad del rojo, el brillo del amarillo, la
inmensa tristeza del gris…
Una reina que absorbe el mundo que la rodea y desborda su
mundo interno hasta llorar lagrimas que limpian, aclaran, ordenan y le permiten
volver a crear.
Una reina que puede ser la hermana de la autora (como
insinúa la dedicatoria) o cualquier niño o niña.
O incluso alguno de nosotros, quien se anime a jugar y a
sentir.
Pintores, Seung-yeoun
Moon (tex) y Suzy Lee (ilust). Ed. Libros del zorro rojo.
En Pintores, el tiempo que tarda en llenarse la bañadera es
suficiente para que dos hermanos creen grandes historias y mundos de colores
con sus pinceles, para justificar que “sólo deben bañarse quienes están
sucios”.
Una vez más esta ilustradora, a través de sus personajes
hechos de trazos simples pero con mucha personalidad, nos muestra la magia que
puede desplegarse en cualquier acto cotidiano, si dejamos que participen el
juego y la imaginación.
Cuando todos
regresaron más pronto a casa, Isabel Pin. Editorial: Lóguez
Una anécdota familiar, el día en que Tom pintó un cuadro en
la escuela que preocupó a los adultos e hizo que todos corrieran a casa a ver
qué sucedía.
A través de las páginas, experimentamos el desconcierto al
igual que el protagonista de la historia. El niño piensa “parece mi cumpleaños,
todos vienen a visitarme”, pero la escena se asemeja más a una enfermedad que a
un festejo, hasta el doctor es convocado a conocer el dibujo, el síntoma.
Las ilustraciones refuerzan la sensación de incomprensión,
todo se ve desde un punto de vista cenital, la mirada de un grande que enfoca
al niño desde arriba, viéndolo como un ser diminuto y extraño.
El relato pone de manifiesto una maniobra complicada y bastante
frecuente en la relación adultos- niños: la estigmatización. Esa enorme
telaraña de suposiciones, predicciones y vaticinios que se teje ante un hecho
que amenaza con ser diferente, pero que se disuelve de inmediato ante la
pregunta por la intención del otro.
El juego de las
formas, Anthony Brown. Ed. Fondo de cultura económica.
Anthony Brown es quizás uno de los autores más prolíferos en
el mundillo de los libros álbum, con más de 35 libros editados, reconocimiento
internacional y aceptación de amplios públicos: bebés, niños, jóvenes, padres,
educadores y críticos.
En este ejemplar, dedicado de lleno al arte en su versión
más clásica -una visita familiar al museo- nos propone jugar de muchas maneras
(¡formas!):
1.
A lo largo del libro encontramos múltiples
juegos gráficos que se nos proponen como lectores. Desde chistes y consignas
para interactuar, referencias intertextuales a pinturas, ilustraciones o
películas famosas; hasta otros más sutiles, como el cambio de colores a través
de las páginas o el uso de los márgenes, para representar la distancia que
siente cada integrante de la familia durante la visita con las obras.
2.
Por otra parte, tenemos el juego que se propuso él
mismo como autor. El libro comienza con un testimonio de su experiencia
reciente dentro de un programa educativo en un museo de Londres, y luego un
autorretrato en su rol de ilustrador acompañado de un texto que anticipa que
todo lo que vendrá pertenece a sus recuerdos de la infancia. Así, Anthony se
plantea un juego a sí mismo, el de construir una nueva historia con los
fragmentos de su propia experiencia.
3.
Otro de los juegos presentes es el que las propias
obras del museo exponen a los visitantes. Nosotros (los lectores) los
experimentamos a través de los protagonistas que, lenta y progresivamente, se
prestan a estas invitaciones y se dejan atravesar por las emociones que cada cuadro
les ofrece.
4.
Por último, el juego que da nombre al libro y que
la madre les enseña a sus hijos de regreso en el tren: “El juego de las
formas”, en el que (por si quedaba alguna duda) se sella y se confirma: el arte
nos trans-Forma.
¡Y seguro, quien se anime a jugar, encontrará más juegos en estas
páginas!
Frederick es un ratoncito que, mientras su familia se dedica
a juntar alimentos, leña y víveres para el invierno, se detiene a soñar, pensar
y contemplar. Todos lo menosprecian, hasta que en las noches frías de invierno
sus recolecciones comienzan a cobrar mucho valor.
Un clásico de Leo Lionni, que remite a la fábula de la
cigarra y la hormiga, en la que lo importante es guardar en épocas de
abundancia para los momentos de escasez. Pero en este caso la moraleja es aún
mejor: “La poesía (las palabras, los colores, las sensaciones), también es
alimento.”
Reseñas por Shirli Aufgang para Los Libros del Vendaval
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